miércoles, 24 de noviembre de 2010

Martes 23 de Noviembre del 2010

El crucero

Ha tenido que pasar más de una semana para poder aclarar las ideas, las sensaciones o el sentimiento interno que me quedo después de realizar uno de mis viajes soñados; viajar en un crucero, no exento de aventura, tensión y sobre todo emoción rozando el limite, circunstancias las cuales te hacen pensar que ciertos viajes, que ciertos momentos si o si los tienes que vivir.

El primer puerto al que tenía que arribar el buque, por desgracia no pudo ser, la mar encrespada nos privo de poder visitar Mónaco o Niza, desde la cubierta superior me conforme con divisar y sacar algunas fotos de la costa francesa, mi intención nada más saber el itinerario que seguiríamos era poder pisar las calles de un principado de novela rosa; en esta ocasión me conforme con unas instantáneas en la distancia, contra un mar enfurecido poco o nada se puede hacer.

Livorno, segundo puerto al cual atracamos al amanecer sin mayores problemas; antiguo puerto pesquero situado en la toscana Italiana, nada queda de aquel paraje idílico que uno puede llegar a imaginar antes de tocar tierra, hoy en día tan solo un paraje lleno de maquinaria, industria y cemento por doquier, gris y poco hospitalario es la primera impresión que me lleve desde la cubierta mientras tomaba un café y apuraba el primer cigarrillo del día. Alejándonos del puerto, camino a Florencia la primera impresión se va desvaneciendo al ir contemplando los montes, valles y sobre todo viñedos que van acompañando el camino hacia la ciudad; con poco tiempo y con muchas ganas de empaparse de todas las sensaciones, nada más llegar al centro de Florencia uno intenta llenarse, impregnarse de toda la belleza que le rodea, las calles adoquinadas, la majestuosidad de los edificios, la magnificencia de su catedral, o simplemente con sus puentes que unen ambas orillas del rio, es como si el tiempo hubiera querido mezclar presente con pasado, una ecuánime armonía entre modernidad y antigüedad, la perfección entre dos mundos, esa sin duda es la sensación que me dejo Florencia, sin apenas tiempo para recapacitar con que rincón me quedaría ya toca regresar a nuestro punto de partida, en el coche mientras el camino andado se nos va presentando delante, la sensación dejada por tan magnífica ciudad es de haber vivido un tráiler, como si alguien nos hubiera regalado un trocito de lo que un día será un gran recorrido por la toscana, un viaje a conciencia de la ciudad que un día enamoro a Miguel Ángel.

El tercer puerto de parada es más de lo mismo que el anterior, maquinaria, contenedores, distancia infranqueable sin un autobús hasta la salida portuaria, Civitavecchia a unos ochenta y cinco kilómetros de Roma. tras unos primeros contactos con la población autóctona del pequeño pueblo, nos dirigimos a la capital dl imperio Romano, a bordo de un taxi turístico en manos de un verdadero Romano, el cual no dejo ni un segundo de darnos explicaciones sobre el nacimiento y caído de uno de los imperios más grandes de la historia, al empezar el recorrido de hora y media hasta llegar a la ansiada capital, estaba convencido de no darle tiempo a contar toda la historia, pero un verdadero Romano nunca deja de sorprender, le dio tiempo desde la creación antes de Cristo hasta la actualidad con las desventuras de Berlusconi; gran personaje Rino el taxista, autentico Latín Lover, embaucador de sonrisa fácil y más fácil gesticulaciones manuales; lo que me quedo más claro de todo el recorrido Romano fue que para dejar mudo a un italiano lo mejor es cortarle las manos. Anécdotas aparte, la cuna del catolicismo, la tierra de los imposibles, o mejor dicho, la ciudad eterna, particularmente a mi me desencanto; tantas cosas vistas en las películas, tantos rincones mencionados por novelistas, tanto y tanto, solo se queda en eso, de Roma solo hay que ver o descubrir lo que ya uno esta arto de ver o leer, lo peor o al menos para mí, es la sensación de ciudad prostituida, donde por cada piedra que ver se ha de pagar, donde en cada sitio al que acudir hay que hacer colas interminables para después ver tan solo lo que ya uno conoce; no quiero desmerecer nada de lo visto en Roma, todo lo contrario, es sin duda un destino obligado a todo viajero con ganas de vivir insitu lo que un día fue el centro del mundo; Roma como ya he mencionado, es la ciudad eterna, tras siglos de historia y guerras sorprende que aun este en pie lo que de ella queda, sorprende que aun hoy en día se sigan descubriendo yacimientos arqueológicos. El regreso a puerto me pareció cortísimo, nada más tomar el camino a la inversa, nuestro particular guía proseguía con sus explicaciones, con su peculiar forma de hablar, ese acento casi cantinela do que sumado al cansancio de un día sin parar hizo efecto de somnífero.

Otra noche más de navegación, orto amanecer, otro puerto, Nápoles ciudad al pie del Vesubio es una ciudad turística, llena de rincones que visitar y donde ningún viajero se aburriría; lo primero para nosotros fue ir a Pompeya la ciudad que un día desapareció bajo la cenizas y lava del volcán, hoy en día son las ruinas quizás más importantes y mejor conservadas de Italia. Sorprende sin duda, el estado en que aún se conservan edificaciones, calles, monumentos, plazas, etc., tal cual el día en que desaparecieron, nada más pisar Pompeya uno se da cuenta del tipo de organización en la que Vivian, calles adoquinadas, saneamiento, barrios comerciales, canalización para fuentes públicas, todo un verdadero avance para la época en la que Vivian, posiblemente Pompeya se hubiera convertido en la capital del mundo si un nefasto día no la hubiera sepultado con todos sus adelantos; después de mucho andar, el cansancio hace mella en cualquiera, que mejor sitio para el descanso que en el centro, en medio de lo que antaño fuera una gran plaza, sitio de reunión de la población, aposento mi cansado cuerpo sobre un escalón, saco algunas instantáneas y me sorprende el silencio que lo rodea todo, cientos de personas yendo y viniendo, sacando fotos, descansando al igual que yo, y lo que más se oye es el viento entre las ruinas, el silencio y la paz que todo lo envuelve. Ya de regreso a Nápoles, en un plis gracias a la pericia de Filipo, un taxista Napolitano verdadero artista del taxi, el cual hasta nos amenizo con un cato popular autóctono de Nápoles; por sugerencia de nuestro cantarín amigo nos dirigimos hacia el lugar donde nació la pizza, manjar sin parangón de fina masa con mozarela de búfala y tomates cherri, horneada en horno de leña, el cual le da sin duda un exquisito sabor inigualable, el problema es que ahora ya ninguna pizza será ni por asomo parecida a la que en aquel día pudimos degustar; tan solo pudimos descubrir dos calles de una ciudad que aun tiene mucho por enseñarnos, con el tiempo quizás pueda regresar y perderme entre sus callejones, pasear por sus avenidas y tomarme un café frente al Mediterráneo en una de sus magnificas terrazas descritas por Filipo, por el momento me quedo con el recuerdo inducido por nuestro conductor.

De nuestro último destino, Túnez, poco puedo decir, ciudad caótica e insegura del norte de áfrica, la primera impresión, su puerto, magnifica arquitectura moderna rememorando tiempos lejanos, rodeada de pequeñas tiendas las cuales incrementan sus precios al amparo de incautos viajeros sedientos de recuerdos; todo lo contrario de nuestros anteriores conductores, el tunecino nos conduce por una avenida repleta de gente y vehículos sin un aparente control, dejándonos a las puertas del zoco con unas breves indicaciones de cuál es el camino que debemos tomar, un callejón repleto de tiendas, suvenires auténticos tunecinos, un conglomerado de viandantes entre mezclados con vendedores algo más que pesados, sin apenas educación y con un afán por vender más barato que el Corte ingles; el ir y venir de gente, el griterío y la mezcla de olores hace un enrarecido ambiente que llega a marear, donde mire uno ve a un vendedor llamándole a gritos, cada cual bautizándote con típicos nombres Españoles para llamar tu atención, con lo cual supongo que pretenden hacerse los simpáticos o simplemente reírse del viajero, particularmente mi opinión es lo segundo. Lo que si valió la pena sin duda fue visitar Sidi Bou Said, pequeño pueblecito situado en lo alto de un monte, con típicas casa tunecinas pintadas de blanco con sus puertas y ventanas azules, también está llena de tiendas donde a gritos te atraen para venderte todo lo que puedan más barato y mejor que en cualquier otra tienda vecina; me quedo con sus callejones, su empedrado de las calles, su escasa iluminación que te transporta a otro tiempo y por el simple hecho de pasear te llena de satisfacción. A pesar de mi mala impresión sobre tan caótica ciudad, estoy convencido que es un bello país el cual vale la pena visitar, tan solo conocido por mi parte por lo que vi en algún documental o leí en alguna novela, la parte desértica sin duda tiene que tener un atractivo sin igual, pero eso quizás quede para otra ocasión.

Ultimo destino puerto de salida de todo este vieja, Barcelona; allí donde todo comenzó o casi ni llega a suceder, en fin eso es otra historia la cual un día con tiempo y ganas intentare plasmar en otras líneas. Navegando algo más de veinte horas da tiempo a ordenar pensamientos, vivencias y fotos tomadas, aclarar algunas ideas, tomar algunas copas y terminar cerrando algún bar del barco con risas y un estupendo sabor de boca; después de todo fue un viaje que siempre quise hacer y nunca pensé que fuera así, gracias por estar y por querer hacerlo juntos, gracias por darme la oportunidad de compartirlo y de llevar en mis recuerdos todo lo vivido, ya que de todo uno aprende y el aprender enriquece y te hace mejor conocedor de las cosas, de los sitios, de las personas, de lo vivido.

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