Jueves 18 de Febrero del 2010
Casi a a cinco días de mi regreso de la antigua ciudad de Constantinopla, de la última frontera del imperio Europeo, allí donde todos los sueños tienen su propia historia, ya solo me queda sentarme a recordar, a intentar ordenar lo que fueron vivencias mezcladas con el aroma de las leyendas, esas leyendas que recorren sin apenas ser apreciadas por cada rincón, por cada piedra que forman la ciudad de Estambul; a mi llegada a aquel tan diferente mundo, no podía jamás prever lo que me traería guardado en mi corazón, sus monumentos, sus calles, sus establecimientos y sus gentes, todo un conjunto que la hace diferente y atractiva para todo el viajero con hambre de conocer; sinceramente tenía la sensación de encontrarme con una ciudad masificada y en donde la pobreza, la inseguridad o el timo seria el pan de cada día, nada más lejos de la realidad, apenas uno aterriza le embriaga la sensación de surrealismo que pasean por sus calles, desde los “taksis” que recorren a velocidades vertiginosas por los adoquines que empiedran las vías, con sus conductores que son capaces de conducir leyendo un mapa y hablando por el móvil sin más seguridad que dos dedos prendidos del volante para gobernar ese vehículo que se va desplazando al doble de la velocidad que les indican unas cutres señales pintadas y olvidadas de repasar en un escaso asfalto de una autovía maltrecha, o quizás, salir del hotel en busca de algún sitio donde silenciar el sonido incesante de un estomago hambriento, y sin más, dar con “El torito” un restaurante donde a uno le hacen sentirse en casa, y no tan solo por su cocina, si no por poder cenar al son de Marc Anthony y porque sin darse uno cuenta termina la velada en un pub que nada tiene que envidiar a los nuestros, en el cual es muy fácil tararear las canciones que el dj van sucediendo una tras otra, Bebe, Macaco, los Gipsy King, el barrio o cualquier otro del panorama nacional Español que acompañan el final de la primera noche en la frontera de dos continentes.
Tengo que plasmar que en esa magnífica semana nada ha cambiado en el mundo, ni siquiera en mi vida, sigue siendo a mi pesar, la misma que antes de emprender el viaje; si algo ha cambiado es mi forma de mirar aquella frontera, mi manera de imaginar un mundo del cual estamos llenos de prejuicios, los cuales se te van olvidando al paso de las horas que uno disfruta con tan solo ir caminando por sus calles y dejándose llevar por esas leyendas que deambulan por cada piedra de aquel mundo. Al igual que aquella última noche fría que pase allí, sentado dándole la espalda a la gran Mezquita Azul, rememorando cada minuto de una magnifica semana, en una ciudad donde nada es igual, donde la noche nos hace recordar que allí es navidad siempre, y estando en ese banco sentado, aguantando la gélida brisa de invierno, pude entender lo muy confundidos que estamos casi todos, ellos, los habitantes de la antigua Constantinopla han sabido cohabitar y encontrar el equilibrio con toda cultura, sea visitante o residente en la última frontera de Europa.
Quiero darte las gracias a ti por hacer realidad este sueño, por ser como eres y por dejarme ser tu amigo…
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